Este viaje empieza de la mejor manera posible, desayunando unas buenísimas gorditas junto a la carretera de un pueblo que sólo mi papá podría considerar parte de un curioso turismo gastronómico. Dejando todo atrás comencé el viaje solo con mi soledad y una muy limitada selección de música improvisada de último momento.
La entrada a la Sierra es por una carretera semidesértica que va esquivando montes y montañas mientras gira y gira, sube y sube hasta llegar a la parte más alta de una cordillera que se veía muy distante cuando empezaron las curvas. Ya hasta allá arriba crucé lo que llaman “La Puerta del Cielo”, pero más bien es la entrada al Paraíso Terrenal que está lleno de aventuras y lugares hermosos por visitar. La Puerta del Cielo también es la diferencia entre unas montañas secas e imponentes y unos bosques de mil tonalidades de verde.
El Sol quería esconderse antes de que pudiéras llegar, pero con suerte llegué hasta Pinal de Amoles con suficiente tiempo para preguntar en la oficina de Turismo si se podía llegar a la Cascada del Chuveje y que tan seguro era quedarse ahí, yo desconocía todo pues hace más de 15 años que no había regresado. El lugar está completamente cambiado de como lo dejé la última vez, hay una caseta de entrada y señalizaciones para llegar a una nueva zona de campamento con baños y todos los servicios básicos.
Aproveché la última luz para llegar a ver la cascada en un atardecer que volvía gris todo, incluyendo la cañada que compartí esa noche con un par de vacas y varios grillos. Logré poner mi casa de campaña antes de que oscureciera y encender o mejor dicho mal-encender una pequeña fogata que duró un par de horas.
La siguiente mañana fue el mejor momento para tomar unas fotos que me dejaron emocionado durante todo el viaje. Desde el principio quería regresar a ver como quedarían en grande e impresas, pero me emocionaba más seguir a ver a que otro lugar podía llegar. Me tomé mi café frente la cascada el Chuveje y regrese a empacar todo en mi mochila, en ese momento no lo sabía pero después de unos días armar y desarmar una casa de campaña se vuelve muy monótono y lo que más quieres es dormir en el piso sin tenerte que preocupar por nada.
Subí todo al carro y pregunte por la cascada del Salto en San Pedro Escanela. Las indicaciones fueron muy claras, sigue el camino de terracería y en un ratito estarás ahí. Realmente no estaban tan mal pues habrán sido unos 10 kilómetros los que recorrí manejando pero el tiempo fue una cosa muy diferente, sentía que nunca llegaría a San Pedro Escanela y que me quedaría perdido en unos caminos de terracería por todas mis vacaciones. A decir verdad esas pueden ser unas nuevas vacaciones pues las vistas eran espectaculares.
Llegando a San Pedro Escanela fue fácil dar con la entrada de la cascada y bajar algo así como 400 escalones para estar en la parte más baja del primer salto de agua. Las bajadas siempre son fáciles, lo difícil es subir de nuevo y más cargando un tripie que pesaba más de cuatro kilos. La cascada del Salto es un lugar que no te quiere dejar ir, una caída impresionante de agua a una poza de una gran mezcla de azules y verdes que me mantuvo ahí sentado contemplando la inmensidad de la naturaleza que existe pegada a los pueblos de México.
La subida me quitó gran parte de las energías que tenía y curiosamente al mismo tiempo me di cuenta que había cargado mal las dos baterías de la cámara y necesitaba urgentemente un lugar dónde hacer una parada técnica. Manejé hasta Jalpan de Serra, donde ya me esperaba un pequeño café a la orilla de la iglesia. Una vez que recuperé energías y pude sacar dinero de un cajero salí del pueblo con busca de un lugar donde pasar la noche. A faltas de ideas comencé a dar vueltas cerca de Jalpan, pero casi sin intentarlo recordé que había un lugar para acampar camino a la misión de Concá.
Tomé rumbo a Las Adjuntas y al llegar noté que no había nadie más que el dueño de una tiendita que me vendió una cerveza para celebrar mi segunda noche de viaje y algo para poder comer ese día y el siguiente. Me alejé de la zona de campamento que era una triste plancha de concreto que hacía que me sintiera en media autopista. Acampé lo más lejos de las construcciones que pude y ahí me llegó mi segunda noche.
Leave a Reply