Despiertas una mañana de domingo con la firme convicción de ir a conocer un lugar nuevo; te bañas, te arreglas y le amarras la defensa a tu carro (a nadie le gusta que se caigan a media carretera). Llegan todos, se suben al carro y ¡sorpresa! no enciende. Lo empujas, abres el motor con toda la convicción de arreglarlo pues en más de 10 años manejando seguro has aprendido algo de mecánica. Tristemente a lo único que llegas es a electrocutarte por meter las manos donde no deberías.
Ya con la cola entre las patas parten todos caminando a encontrar algo que hacer pues hay que aprovechar la desmañanada. El plan ahora es llegar a lo más alto del pueblo desde donde despegan los parapentes; a falta de una ruta decidimos adivinar el mejor camino.
Comenzamos con unas escaleras dignas de la pirámide del Sol para después vagar por unos andadores perdidos en el tiempo que nos fueron llevando hasta las calles más altas del pueblo. Fue ahí que no tuvimos más remedio que preguntar por donde subir para entrar a la reserva de Monte Alto pues nos encontrábamos un poco desubicados. Después de una gran serie de entrevistas encontramos nuestro camino (una vereda usada por algunas personas) que nos fue llevando hasta los caminos más utilizados de la reserva.
Como no teníamos mucha idea del camino a seguir decidimos como regla general ir siempre cuesta arriba hasta llegar al despegue. Cuesta arriba terminamos por juntarnos con los grupos de personas que habían subido en camionetas y motos. Permanecimos ahí un rato viendo a los parapentistas saltar al vacío y descansar los 7km de caminata que habíamos hecho sólo para llegar hasta ese punto. Claro que con la simple vista del lugar valía el cansancio.
La bajada fue más sencilla pero aún así fue un largo camino de vuelta a la casa donde decidimos aventarnos como vacas a descansar un día muy diferente a lo planeado.
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Francisco Guerra
Quiero conocer pero vamos en carro